20 September 2017 / por Orliana
Confieso que no me gusta hablar desde mi ser mujer. Siendo pequeña escuche a mi madre la frase de Simone de Beauvoir “No se nace mujer, se llega a serlo”. Me caló profundo, de diferentes formas. Generó una resistencia a la etiqueta de “mujer”. Mi aspiración fue siempre ser persona.
Y en ese ser persona, la discriminación, cualquier discriminación me ha dolido fuerte. Me ha tocado de diferentes formas, pero la que viene del hecho de ser mujer, resuena con toda su complejidad en mí. Hace años atrás, frente a la noticia de una joven encontrada muerta en un campo cercano a casa, escribí esto que titulé “Hoy”:
Hoy
Hoy me mataron a puñaladas en la madrugada de una calle.
Hoy me arrebataron las pestañas al quemar mi rostro asustado.
Hoy me violaron los sueños, mientras no amanecía aún en mis pupilas.
Hoy encontraron mi cuerpo despedazado entre los juncos inocentes del río.
Hoy, mi piel dilatada se sacudió en espasmos al parir a un hambriento.
Hoy mis pechos sufrieron el mordisco seco, la agrura de la leche, la oscuridad de la muerte recién nacida.
Hoy mi voz se paralizó de miedo.
Hoy mi grito de ruptura fue ahogado en la norma.
Hoy las leyes me aplastaron convirtiendo mis deseos en esquemas, en deberes, en ollas con sus esponjas, en metros y metros de tela, algodones azules que asfixian.
Alambre y cordel para amarrar la vida.
Hoy me he visto en cada mujer del planeta.
Me siento mujer toda, me siento todas las mujeres.
Me siento cuerpo y aire contenido.
Ansias y violencia.
Sangre y vida.
Hoy me veo en cada letra de cada periódico, retratada de dolor.
Y me veo en la fuerza de la esperanza de la voz humana.
Con los años, he calibrado la ventaja de ser mujer. No solo por las fuerzas femeninas, de las que quiero hablar en este texto. Sino porque me he dado cuenta que el ser mujer me ofrece un balcón único para profundizar en el punto de confluencia entre estos tres dominios que traigo hoy: soy mujer, estoy en el mundo del coaching ontológico, desde 1993, y soy empresaria, socia fundadora de la red internacional de Newfield Consulting, y dirijo desde hace 20 años la ECORE, escuela de Coaching Ontológico de Rafael Echeverría. Ambas organizaciones, líderes en este oficio emergente y en Ontología del Lenguaje.
Vamos al encuentro entonces de este punto de confluencia, y para ello usemos la fenomenología, fértil forma de pensar, que da base a nuestra propuesta pedagógica (andragógica para ser rigurosa). Hacer fenomenología es atravesar con nuestras vidas aquel fenómeno que queremos estudiar, y eso es lo que quiero hacer hoy. Y, tengo la expectativa de ser acompañada por quien lee estas palabras, en su propia fenomenología, ya sea desde el ser hombre o desde el ser mujer.
Comencemos por hacernos estas preguntas.
Estoy consciente de que cada persona vive su género de manera diferente, somos personas distintas, formados en culturas diferentes. Vuelve a sonar en mi corazón “No se nace mujer, se llega a serlo” y a partir de esto surgen otras preguntas:
En este tema de la discriminación de la mujer, es interesante ver que quienes han sido víctimas, con frecuencia se convierten en victimarios. Varias investigaciones muestran como son las mismas mujeres, las que ponen freno a otras mujeres para llegar a puestos de dirección o ejecutivas. Devenimos multiplicadoras de la discriminación contra la que luchamos, dándonos cuenta o no.
Este milenio nos trae nuevos desafíos. Se ha roto la ilusión de seguridad propia del siglo XX. Estamos rodeados de amenazas. La situación ambiental, el planeta pareciera estar gritándonos que paremos: huracanes, océanos recalentados, contaminación. La incertidumbre económica, inestabilidad de los mercados, la dificultad para asegurar escenarios de prosperidad y expansión. La inseguridad social: vulnerabilidad, delincuencia, terrorismo, y la suma de todo que empuja olas migratorias inéditas.
En medio de ese tormentoso panorama, reconozcamos que, en nuestro mundo occidental, y en América Latina en particular, la situación de las mujeres ha cambiado para mejorar. Hoy tenemos mayor consciencia del rol que nos toca jugar. Las mujeres tenemos más acceso que nunca a la educación y la formación profesional. La presencia de la mujer gana día a día espacio en diferentes ámbitos. Sin embargo, las estadísticas, las noticias y sobre todo la cotidianidad, nos muestran que falta mucho.
Veamos algunas señales reveladoras de lo que está pasando en nuestro mundo:
The New York Times, del 3 de septiembre, un artículo muestra como la mujer en Estados Unidos, ha bajado su participación en la fuerza laboral, desde el 2001 hasta ahora. La explicación apunta a dos fenómenos: el estancamiento de las remuneraciones para los cargos ocupados por mujeres, y dificultad para sostener una familia con hijos y desarrollar una carrera simultáneamente.
A propósito de lo anterior, Janet Yellen, primera economista – mujer a cargo de la Reserva Federal en los Estados Unidos, en un discurso en mayo 2017, mostró el impacto negativo en la economía de las barreras que impiden la incorporación masiva de las mujeres al trabajo. Decía, que, si solo se hace equivalente la participación femenina con la masculina en la fuerza laboral, la economía crecería por lo menos un 5% en ese país.
Frente al feminicidio, y la violencia de género, tan dolorosamente frecuente en nuestra América Latina, el 2016 como en ningún otro año, las mujeres mostraron su capacidad de protesta y de manifestaciones en búsqueda de leyes de protección para las mujeres y castigo a los victimarios. México, y Argentina están siendo protagonistas de este movimiento. También en la India y en Europa se sintió la voz femenina pidiendo un trato digno y sin violencia para la mujer.
Harvard Business Review hace todos los años un estudio para identificar los cien mejores CEO del mundo. En el estudio del 2016, hecho sobre la base de más ochocientas empresas en el mundo, ¡solo hay dos mujeres! Y en los cuatro años anteriores, la situación no fue diferente.
Estamos lejos de tener una situación equitativa para la mujer. La etiqueta que arrastramos desde el siglo XX y que acompaña a muchas mujeres en este siglo, sobre todo en los sectores más pobres y vulnerables de nuestro mundo, es una mezcla de los siguientes rasgos:
Si te auto percibes así, eres hija directa del siglo XX. Ese es el tipo de mujer que viene de esa deriva. Si no lo eres, es muy posible que lo haya sido tu madre, tu abuela. Lo que sí es seguro, es que ellas no son la persona – mujer que estos tiempos requiere.
Nos toca a las mujeres reinventarnos. Crear una forma distinta de desarrollar nuestra feminidad, para asumir los retos que este milenio nos presenta. Ser mujer, cobra más relevancia que nunca, pero con esquemas distintos. Basta de estereotipos que no revelan la complejidad de quienes somos. El desafío es descubrir nuevas miradas que nos permitan ser personas de este tiempo. En la ontología del lenguaje, y el coaching ontológico encontraremos algunas claves, que nos permitirán asumir el rol que nuestras hijas y nuestras nietas requieren para tener una vida distinta.
Ahora, el milenio también amaneció disolviendo las fronteras entre los géneros. Estoy consciente de que, al hablar de las mujeres, en rigor, estoy hablando del ser humano. No son solo las mujeres las que tenemos la responsabilidad de transformarnos para enfrentar el reto del milenio. Somos todos.
Las fuerzas que voy a presentar a continuación, son las fuerzas de la feminidad. Necesarias para hombres y mujeres. Tal vez en otra oportunidad podríamos hablar de las fuerzas de la masculinidad, también necesarias para hombres y mujeres.
Se trata al final de devenir seres humanos evolucionados al nivel que nuestro planeta requiere hoy. Se trata de enfrentar juntos la tarea de construir un futuro posible, con todas las fuerzas que nuestra especie nos otorga.
Importante considerar que esto es mi mirada particular. No significa que estas fuerzas sean “las” fuerzas. Cada lector podría hacer un corte diferente, y tal vez más poderoso que el que hago.
Hoy pondremos un foco en las fuerzas que vienen de nuestra alma femenina. Alma que hombres y mujeres compartimos.
Es la fuerza que viene de la conexión con la vida. Es la fuerza que nos permite sobrevivir, pero no quedarnos allí, y ser capaces de ir más allá de la emergencia, para vivir intensamente. Es la conexión con la propia vida, con la vida de los otros seres humanos, y la vida de todo lo vivo.
La mujer tiene desde todo su cuerpo, una conexión física con la vida. No solo porque da vida a través de los hijos. También porque se relaciona con lo vivo, desde una profunda empatía existencial. Esa fuerza vital muchas veces se traduce en obras: arte, empresa, organizaciones.
Es la fuerza del emprender. La imagen que tengo es la de estar frente al desafío, y ser capaz de salir adelante con el empuje de los propios brazos. Emprender es poner en acción la creatividad. Es generar obras. Es movimiento. Es abrir espacio para la vida.
Emprender es meter las manos en la vida, para generar algo nuevo: una familia, una empresa, un movimiento comunitario, una fuente de riqueza.
Recuerdo a una mujer, en el barrio Santa Isabel, Venezuela, en Filas de Mariches, donde trabajé hace ya 30 años, alfabetizando. Vivía en una casa de bolsas plásticas con sus tres hijos, uno de ellos aún en brazos. Sola, salía a trabajar de noche, y a veces no tenía para darles de comer más que un batido de agua con harina. Recuerdo que el día que inauguramos el centro de alfabetización, la veo subir el cerro, con una blusa limpia, sus labios pintados y un cintillo en su pelo, sonriendo. Nunca olvidaré la dignidad de esa mujer subiendo el cerro, arreglada, hermosa, dando ejemplo de vida y de entusiasmo. Con su fuerza aprendió a leer y a escribir.
La conexión con la vida nos permite recoger de las cenizas para reconstruir. No quedarnos en el desastre, y volver a vivir y ayudar a vivir. Muchas veces se habla de la mayor inteligencia emocional de muchas mujeres, para mí esta capacidad de gestión emocional, tiene una relación directa con la fuerza de la vitalidad. Es en la relación con la vida, que las emociones aparecen. Las percibimos desde nuestra vitalidad, para luego tomar consciencia de ellas, y construir con el lenguaje sentimientos manejables en los espacios de la empresa y la organización.
Como líderes, es la fuerza de la vitalidad, la que nos permite emprender nuevos proyectos, avanzar y ayudar a otros a hacerlo también. La vitalidad nos conecta con los resultados. Sentirme vivo es también comer, respirar, dormir.
En cualquier proyecto, o emprendimiento, necesitamos la concreción de los resultados.
Es pertinente aquí traer el primer principio de la Ontología del Lenguaje, que es el principio de los resultados.
“Los resultados son la pauta ética más importante de nuestra existencia.
Ellos nos permiten evaluar nuestras acciones, los supuestos desde los cuales operamos, así como nuestras vidas, la convivencia con los demás y el tipo de relación que mantenemos con nuestro entorno natural, permitiéndonos rectificar lo que sea necesario”.
Rafael Echeverria
Rafael Echeverría, es innovador al ver los resultados como pauta ética. Si el resultado no es satisfactorio, estamos mal éticamente. Desde la fuerza de la vitalidad accedemos a los resultados. Porque la vida no es posible sin ellos. La conexión con la vida nos obliga a mirar de frente nuestros resultados. Nos gusten o no. Ello nos permite, con autenticidad, develar el proceso recorrido hasta esos resultados, y se abre la posibilidad de modificar lo que no nos gusta.
La vitalidad también nos empuja a los resultados: al final del día hay que comer. La mujer, desde su rol cultural, tiene una posición de ventaja frente al contacto con los resultados. Es curioso ver como en su cotidianidad una mujer va de lo abstracto a lo concreto, en cuestión de segundos. En un momento está sumergida en un proceso de diseño, y en el siguiente minuto organiza la comida de la noche para su familia. Del aire a la tierra. De lo sublime a lo doméstico. Del sueño a lo concreto.
En cada fuerza nombraré algunos “enemigos ontológicos”, patrones de comportamiento, que nos restan capacidad para desarrollar esa fuerza. Y también daré una lista breve de algunas competencias conversacionales (genéricas y ontológicas) que nos abren el camino de transformación. La formación de un Coach Ontológico en la ECORE, implica el aprendizaje en cada una de ellas.
Enemigos de la fuerza de la Vitalidad:
Competencias genéricas (conversacionales) que refuerzan la Vitalidad:
Frente a esta última competencia, es pertinente mostrar el segundo principio que la Ontología del Lenguaje nos aporta, el principio del observador:
“No sabemos cómo las cosas son.
Sólo sabemos cómo las observamos o como las interpretamos. Vivimos en mundos interpretativos”.
Rafael Echeverría
La vida es más que cualquier interpretación sobre la vida.
Esto lo sabemos desde nuestra fuerza femenina de la vitalidad.
Es la capacidad de ser múltiple, muchos, o muchas en una sola persona. La multiplicidad de repertorios, abre la posibilidad de actuar desde un abanico amplio de repertorios que nos permite ir más allá de nuestras habitualidades. Al ampliar los comportamientos posibles, generamos riqueza interior. El tipo de riqueza que produce bienestar y felicidad alrededor.
La mujer vive la experiencia de la transformación de si misma, varias veces a lo largo de la vida. “Sabe” por vivencia, que se puede metafóricamente “morir y resucitar”. Es la capacidad de la reinvención, y de la transformación. La mujer tiene en sí misma la fuerza de hacerse a sí misma varias veces, y ese aprendizaje lo lleva para nuevos renacimientos.
Es en el aprendizaje donde el ser humano tiene una de las principales fuentes de transformación. Aprender es transformarse a sí mismo. En el aprendizaje modificamos nuestra estructura interior para adaptarnos a los retos del entorno, y los humanos lo hacemos desde la concepción hasta el momento de la muerte. Incluso decimos, se aprende a morir. Aprender significa incorporar nuevas capacidades de acción que nos permitan intervenir en el mundo para lograr resultados diferentes.
Desde la Ontología del Lenguaje, aprender significa incorporar una capacidad de acción efectiva, recurrente y autónoma. No basta con opinar, saber es ser capaz de actuar, allí está la capacidad de transformación que el aprendizaje tiene. En el Modelo OSAR, el aprendizaje lo vemos en tres niveles:
En el Coaching Ontológico que enseñamos, trabajamos con los tres niveles, pero, para que una interacción sea un coaching ontológico debe modificar el observador, ya sea con aprendizaje de segundo orden o transformacional.
Aprender es desafiar mis hábitos. Es interesante hacerse la pregunta ¿Cuáles son tus habitualidades más preciadas? ¿Tus más queridos hábitos? Es muy posible que ellos te amarren a los resultados que justamente quisieras cambiar.
A las mujeres, nos toca cambiar nuestros resultados. Es el tiempo de transformarnos para construir la “persona – mujer” que el milenio requiere. Y el tránsito en el eje que va de la habitualidad a la versatilidad es una de las claves. No hay nada más confortable que el nido de nuestros hábitos. La versatilidad es una aspiración, que requiere energía y cultivo.
En la empresa este tipo de liderazgo versátil es clave. Y sobre todo en la mujer.
Nuestro liderazgo se asocia al estereotipo de la mujer del siglo XX. Por ejemplo, se supone que la mujer directora, gerente, o líder, debe ser buena para escuchar, y estar dispuesta al sacrificio. Y, como todos esperan ese comportamiento, si se produce no es reconocido, justamente porque es lo esperado. De la misma forma, se cree que la mujer líder tiene mejores destrezas emocionales que facilitan el trabajo colaborativo. Y eso es a veces se convierte en una pesada carga, por el mucho tiempo que consume la colaboración y la dificultad frecuente para manejar las emociones tóxicas.
Está claro que ese modelo de liderazgo es insuficiente para la persona – mujer del nuevo milenio. Es la hora de comenzar a actuar distinto, y para ello el aprendizaje es el camino. Ahora es pertinente mostrar el tercer principio de la Ontología del Lenguaje, el principio de la acción:
“No sólo actuamos de acuerdo a como somos, y lo hacemos,
también somos de acuerdo a como actuamos.
La acción genera ser.”
Rafael Echeverría
La última frase es clave: La acción genera ser. Si cambiamos nuestra forma de actuar cambiamos nuestra forma de ser. Es la acción la que nos permite transformarnos. Y el Coaching Ontológico es el tipo de interacción que nos permite aprender nuevas formas de actuar. Si aprendemos a actuar de manera diferente, y sostenemos esa capacidad de acción en el tiempo, generemos resultados distintos, y lo más importante construimos nuevas identidades, tanto públicas como privadas.
La mujer en la empresa necesita una identidad pública que genere confianza, y se gane el juicio de autoridad, que abre los caminos. A veces implica cambiar profundamente, y eso nos genera dolor. En mi vida profesional, y personal, me ha tocado crear una “Alicia” nueva periódicamente. Ésta que están leyendo hoy no es la de antes, es una nueva, que he creado para poder estar con ustedes a través de este tema.
Es hora de avanzar a un tipo de liderazgo más versátil, y el aprendizaje permanente es el camino. Un liderazgo que acumule todo lo positivo del modelo siglo XX y agregue lo necesario para los nuevos tiempos. Un liderazgo que sea colaborativo, a veces, cuando sea estratégico usar esa forma. Inspiracional, a veces, cuando se necesite. Directivo, a veces, cuando las circunstancias lo ameriten. Analítico, a veces, cuando esas competencias sean las que deben salir a enfrentar el mundo. Es una combinación particular de enfoque único ontológico, con enfoque múltiple que permita el despliegue de nuevas capacidades de acción.
¿Cuán competente eres para auto transformarte? ¿Cómo es tu liderazgo? ¿Cuánto te escuchan? Son todas preguntas para hacerse al reflexionar sobre la presencia de la fuerza de la versatilidad.
Enemigos de la Versatilidad
Competencias genéricas (conversacionales) que refuerzan la Versatilidad:
Los seres humanos hemos tenido un contacto ancestral con los ciclos, los órdenes perceptibles de la naturaleza: las estaciones, las fases de la luna, el movimiento de las estrellas. La fuerza de la ciclicidad emerge del conjunto de competencias que nos permiten distinguir esos ciclos del mundo que nos rodea y de la vida misma.
El distinguir los ciclos nos posibilita ir más allá de la circunstancia. No ahogarnos en la coyuntura. No quedarnos solo en el resolver la contingencia. Darnos cuenta de los grandes movimientos de los que formamos parte, nos abre posibilidades muy distintas, a solo mirar el día a día. Es la diferencia entre estar sentados a la orilla de la playa jugando con el agua que alcanza nuestros pies, o atrevernos a subir la ola y aprovechar su energía para llegar más lejos.
La mujer desde su biología, tiene un contacto permanente con los ciclos de la naturaleza, de su cuerpo, de la vida. La mujer vive los ciclos mensualmente, y en las diferentes fases de la vida. Esa vivencia corporal le da un sustrato de sabiduría, que puede o no, convertirse en consciencia útil para comprender el mundo en el que está inmersa.
Jerome Bruner, gran psicólogo y pedagogo del siglo XX, incluye el principio de ciclicidad, en su planteamiento sobre el aprendizaje significativo y su idea del currículo en espiral. Me parece muy interesante cómo inserta esta capacidad de distinguir los ciclos, con el proceso de aprender. En la ECORE trabajamos desde los ciclos, para generar grandes círculos de aprendizaje que al final devenga en ese particular resultado que denominamos “Coach Ontológico”. Para los participantes del proceso, no siempre es visible el gran círculo que recorren, pero, su efecto es vivido como una experiencia de aprendizaje única, que los forma tanto en el nivel profesional, como en el personal.
Cuando estamos en contacto con los ciclos, somos capaces de entender las fases como fases. Distinguimos las épocas, y podemos percibir sus límites, sus fronteras. Para lograrlo es necesario tomar distancia. Es la mirada del águila, que se sube en el cielo para poder ver el panorama, el gran mapa. Ello implica aplicar la mirada sistémica. Solo cuando somos capaces de ver sistemas, aparece el ciclo.
Comprender las fronteras, es conocer los límites. Saber cuándo comienza algo, y esperar que termine en algún momento. Tener claridad de qué está dentro y qué está afuera. Es el poder de las delimitaciones. Es intuir que detrás de una subida viene una bajada, y al revés. Saber que hay un regreso, una vuelta, un giro. Ello posibilita el buscar la emocionalidad necesaria para transitar cada etapa, como los ciclos de la vida, cortos y largos.
Desde la feminidad, el cuerpo sabe esperar y conoce la vulnerabilidad. Pero, hemos aprendido a no escuchar esas señales. Vivimos en una velocidad que nos hace perder ese contacto, y solo cuando entramos en crisis (enfermedad, depresión, pérdida de sentido) tomamos consciencia de la necesidad de parar, y de reconectar con nuestras áreas vulnerables.
En la empresa, en las organizaciones, hay tiempos para crecer y tiempos para esperar. Y forma parte de las competencias del líder, saber escuchar esos tiempos. Las fases se suceden a veces por efecto del entorno, a veces impulsadas por diseño. Es doble la competencia necesaria: Escuchar las energías del entorno, para crecer o encogerse cuando hace falta. Escuchar las energías internas, cuando es necesario soltar, para evolucionar hacia otro estadio. En una regeneración permanente de sí mismo.
La mujer tiene la capacidad de percibir el tiempo, en sí misma y en los otros. Desde el liderazgo femenino, aportamos formas de interpretar los ciclos de la organización y adaptar nuestro comportamiento, individual y colectivo, a las exigencias del momento. Pero, simultáneamente, podemos ANTICIPAR los requerimientos de la fase que viene. Preparando el terreno, creando condiciones, produciendo aprendizajes, para estar listos para lo que viene. La anticipación es una de las características más fuertes de un líder.
¿Cómo se hace esto? Conversando. En las conversaciones el líder tiene una herramienta de intervención. Su rol es generar las narrativas que las personas requieren para hacer sentido de lo que viven. Desde las narrativas construimos mapas que muestran las etapas, y contribuimos a generar estados emocionales propicios en el equipo: resistencia cuando es necesaria, entusiasmo por el futuro, preparación para lo que viene.
La vida es un bordado de ciclos, aprender a admirarlos y aportar nuestras propias puntadas es parte de la sabiduría vital que nos hace mejores seres humanos.
Lo logramos cuando nos atrevemos a conectar con la fuerza femenina de la ciclicidad.
Enemigos de la Ciclicidad
Competencias genéricas (conversacionales) que refuerzan la Ciclicidad:
Cuando tuve la suerte de recibir en mis brazos a Imago, mi primer nieto, al salir del cuerpo de mi hija Ana, pude sentir la alegría genésica, mis células se reían sin parar. Es una de las experiencias más conectada con la trascendencia que puedo citar. Lo he sentido también al recibir un mensaje de alguno de nuestros alumnos, donde nos cuentan sobre el valor que para él o para ella ha tenido el pasar por el aprendizaje en la ECORE.
La fuerza de la trascendencia, emerge de la capacidad que tenemos los seres humanos, de ir más allá de la vida individual, más lejos de los propios límites existenciales. Es la competencia que nos permite darle sentido a la vida. Cuando entramos en la sensación de que la vida no tiene sentido, muchas veces es porque hemos perdido la conexión con la trascendencia.
En la mujer vive la trascendencia. Por nuestro cuerpo atraviesan las generaciones. Somos una esquina que conecta muchas calles. Al abrir los brazos, tocamos el pasado y el futuro. Miramos hacia atrás y están todos los abuelos, miramos hacia adelante y están los ojos de los niños por venir.
Sin embargo, la trascendencia es transversal al tema de los géneros. Trascender es una fuerza humana. Genérica, nos conecta a todos, nos impulsa a ir más allá de nosotros mismos. A no quedarnos del tamaño de nuestra existencia. Somos curiosos los seres humanos, necesitamos saber que la vida que nos ha tocado, no es todo. Que podemos ir más allá.
Generaciones tras generaciones de personas hemos trascendido a través de la descendencia. Dejar una huella implicaba para la mayoría, criar bien a los hijos y garantizar la vida a los nietos. Socialmente se aceptaba que ese era el rol, sobre todo de las mujeres. Hijos, familia, prosperidad, parecían ser las metas deseables. Sin embargo, en este milenio, nos vemos empujados a diseñar nuevas formas de trascendencia.
Basta ver alrededor, para darnos cuenta que, en muchas mujeres profesionales, entre los 25 y los 34 años, no está incluido el plan de tener hijos. No es que no los quieran, solo que no “ahora”. Se ven aprovechando su tiempo de autonomía para viajar, crecer en sus carreras, conocer el mundo. Es la voluntad humana, por encima del antiguo mandato social y biológico.
Las mujeres queremos gravitar en territorio de las decisiones: empresariales, gubernamentales, políticas. En parte porque estamos cada día más conscientes del peligro que nos acecha. Pero no bastamos. Necesitamos a los hombres con toda su fuerza femenina de trascendencia. Y rápido, porque el tiempo está corriendo. Cronos nos está comiendo los pies. El planeta requiere acciones urgentes, y la trascendencia está allí: salvar el planeta para lograr tener un futuro posible para todos los hijos, todos los nietos.
Como mujeres podemos y debemos generar caminos de trascendencia, para nuestros equipos, para nuestra gente. A través de diversos estudios, se muestra que en las empresas que tienen valores y narrativas que dan sentido a sus productos, a sus procesos, a su vida interna, son más efectivas y duraderas. La persona – mujer, líder, tiene la responsabilidad de articular ese sentido, y trascender en ello.
Es pertinente ahora, mostrar el cuarto principio de la Ontología del Lenguaje, el principio de los sistemas:
“La acción de toda entidad resulta de su propia estructura y de la estructura del sistema en el que se desenvuelve.
Ello define su ámbito de acciones posibles. Dentro de tales acciones, suele estar la capacidad de introducir transformaciones en ambas estructuras.
Esto genera nuevos ámbitos de posibilidades”.
Rafael Echeverría.
Podemos transformar los sistemas a los que pertenecemos. Si cambia una unidad del sistema cambia el sistema. Si cambio yo, cambia el mundo. Si cambia mi casa, cambia el mundo. Si cambio mi forma de liderar, cambia mi empresa y mi equipo.
¿Cómo actúo la trascendencia? ¿Cuáles son las acciones que producen el resultado de trascender?
Trasciendo cuando mi voz sale de mi espacio interior, y se coloca en el espacio público. Hablar. Luce sencillo, pero no lo es. ¿Cuántas veces escogemos el silencio o la invisibilidad? Hablar es ocupar un territorio. Es meter la mano en la corriente para hacer que la dinámica del agua cambie. Para hablar necesitamos tener el valor de romper el silencio. La persona – mujer del nuevo milenio aprende a hablar para darle valor a su palabra en el mundo.
Hoy estoy hablando, para que las mujeres que me puedan escuchar, se animen a trascender a través de su voz. Para que sea un río de voces femeninas trascendiendo el silencio y la opacidad. Detrás del surco que abrirá nuestra voz, caminarán las hijas, con sus propias voces, para crear nuevas formas de hacer la vida.
Trasciendo cuando opero protegiendo la confianza, que es el corazón de nuestro operar. Si no tenemos confianza no iríamos ni al mercado. Confianza en que hay un futuro posible, que es una forma distinta de hablar de la esperanza. Confianza en las propias capacidades de transformación. Confianza en que mi acción se puede enlazar con la tuya, para construir juntos nuestros sueños.
Porque ningún ser humano, hombre o mujer puede solo. Otro mito del siglo XX fue el de la super mujer, que podía sola enfrentarse a los elementos. Los millennials saben operar en redes. La nueva persona – mujer desarrolla su actuar con otros y sabe cómo generar relaciones de confianza a su alrededor, y muestra que podemos recuperar el valor de la palabra.
Trasciendo cuando emprendo para abrir nuevos caminos para los que vienen detrás. El emprendimiento visto como la generación de obras, que aporten caminos para la empresa, las organizaciones, y las personas.
Trasciendo cuando hago del cambio mi oficio, a través del coaching ontológico. En mi largo trayecto profesional, no he conocido otro espacio que sea tan trascendente como el coaching ontológico. La transformación es la materia prima del proceso. Coach y coachee cambian a través del aprendizaje en niveles profundos que afectan la vida de ambos. Por lo mismo, las fronteras éticas, son clave, para preservar la integridad de todos los involucrados.
Trasciendo cuando lidero desde las fuerzas de mi feminidad. Me atrevo a ser vital, versátil, y conectada con los ciclos, propios y ajenos. Cuando me cultivo a mí misma, para ser cada día más rica en repertorios, que desarrollen el mundo alrededor, con conversaciones fértiles, de las que nazca nueva vida.
Por último, Trasciendo cuando le doy permiso a la poesía, para que reconstruya la realidad, y deje abierta la posibilidad de la creación.
Enemigos de la Trascendencia
Competencias genéricas (conversacionales) que refuerzan la Trascendencia:
El coaching ontológico, es mi camino de trascendencia y el de muchas mujeres. Mi ser mujer me ha abierto una opción para ser mejor coach y tal vez, mejor maestra de coaches. La Ontología del Lenguaje nos da un discurso de base, para encumbrar una práctica, que, a mi juicio, está destinada a marcar el futuro.
El coaching ontológico, la práctica, va cambiando el mundo, una persona a la vez. La ontología del lenguaje, el discurso, va cambiando el mundo desde una propuesta holística sobre el ser humano. Y ambos, discurso y práctica, van creando un nuevo modo de hacer empresa.
Esta combinación nos ofrece, un camino de trascendencia. Estas cuatro fuerzas de la feminidad nos ofrecen un marco.
Si con este texto, solo una mujer sale de la transparencia y se atreve a hacer algo por la transformación de este mundo que vivimos, habrá valido el esfuerzo.
Gracias por la escucha.
Alicia Pizarro. Philadelphia, septiembre 2017
Estas ideas fueron presentadas en Desafío Coaching 30 días 2017, por ello agradezco a Fernando Sanchez Ford y al equipo de Coaching Global por la posibilidad de proyectar mi voz en el espacio de tanta gente.