27 June 2019 / por Orliana
Rafael Echeverría, autor de la Ontología del Lenguaje, en un artículo para la Revista Capital Humano Nº5 de Sofofa nos cuenta sobre las competencias conversacionales: la escucha y la confianza en el quehacer de las empresas.
“La confianza representa hoy en día uno de los activos más importantes de las empresas. Ella está en el centro del concepto de ‘capital social’, a través del cual se apunta a un activo que ha devenido tanto o más importante que el capital financiero”..
Vivimos en tiempos sin precedentes. El mundo no sólo se ha globalizado, ha generado también un incremento inédito de la libertad individual y de la competencia. Ello se ha traduci- do en un salto cualitativo en la conectividad social entendida como la capacidad de transformación mutua que exhiben los miembros de un determinado sistema social (de manera que un cambio particular desencadena cadenas de cambios en el resto de los miembros del sistema, cambios que terminan por afectar al propio agente inicial), como de su dinámica de interacción.
Ello se ha traducido en olas masivas de transforma- ción y de obsolescencia que rompen los marcos a los que estábamos acostumbrados. Los marcos de relativa estabilidad en los que antes nos protegíamos, desaparecieron. Para dar cuenta de este nuevo escenario, se sostuvo que actualmente lo único constante es el cambio. Pues bien, esa frase perdió totalmente vigencia. El propio cambio cambió. De ser lineal y acumulativo, devino exponencial y sistémico. Este nuevo escenario enfrenta a las empresas con desafíos radicalmente distintos.
La única manera de sobrevivir y de prosperar que hoy disponen las empresas consiste en estar en un proceso de permanente transformación, de manera no sólo de adecuarse a los cam- bios en el entorno, sino de poder incidir en ellos y participar en su conducción. Esto se traduce no sólo en nuevas exigencias frente al desempeño, sino en la necesidad de desplegar una capacidad de aprendizaje (autotransformación) y de innovación permanentes. Estamos lejos de cumplir con esta exigencia.
Cabe preguntarse, ¿cuál es el problema? Éste no reside en las transformaciones del entorno y en sus efectos de obsolescencia, los que, por lo demás, no podemos detener. El problema reside en nosotros mismos (individuos y empresas). El problema se encuentra en nuestra incapacidad para responder adecuadamente a las transformaciones a las que estamos sometidos. Éste es un tema que durante el último tiempo hemos abordado en diferentes instancias y desde distintos ángulos. En esta oportunidad, nos concentraremos tan sólo en algunos de ellos.